viernes, 20 de octubre de 2017

La Universidad de Cuenca





Hoy sé que fui de los “estudiantes universitarios de primera generación” como dicen los investigadores educativos, es decir, de los que no tuvo padres que hayan realizado estudios universitarios. Llegué para matricularme en la universidad, algún día de septiembre de 1996.

En aquellos años, la Universidad de Cuenca no era tan bonita como hoy, se notaba más su carácter público, por lo descuidada que estaba, los colores un tanto raros y lo intimidante que eran las secretarias. Para mí, estudiante de provincia, era un mundo nuevo, otros rostros, otra forma de entender la vida me esperaba. 

En esos años, era más fácil entrar en la universidad. La demanda era menor, y los que veníamos de provincia también éramos menos. Lo que sí existía para las matriculas eran grandes colas de estudiantes de diferentes orígenes. Por nuestras fachas, la mayoría éramos de las clases medias y bajas. Asustado, en una ciudad nueva, empecé mis estudios.

Eran otros tiempos. A finales de los noventa, los universitarios todavía eran rebeldes. Había más vida política en la universidad. Era común que los estudiantes, de los diferentes partidos, desfilaran ingresando a las aulas, con discursos de izquierda y propaganda del Che Guevara. No era raro que a media semana, cuando todos estábamos en clases, sonara música protesta, sobre todo las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés; las clases se suspendían y los estudiantes salíamos a ver las congregaciones y los discursos.

El enfrentamiento con la policía era común. Admiraba aquellos chicos que lanzaban piedras y tomaban las bombas lacrimógenas para lanzarlas nuevamente a los policías; no tenían miedo a la muerte, se jugaban la vida. Ciertamente se perdía clases -muchas para mi gusto-, pero hoy sé que se aprendía sobre otras cosas que no están en los libros, como el compromiso social y a pensar políticamente. A la larga, mucho de las asignaturas y los contenidos de esos años los he olvidado; lo que ha quedado es el ejemplo de los profesores, la amistad con mis compañeras y compañeros, y las imágenes de aquellos estudiantes que arriesgaban la vida por un mundo más justo. Posiblemente, en aquellos tiempos, no se tenía nada que perder, porque se tenía poco o nada, y la protesta social era la única manera de trascender.

Soy agradecido con mi universidad pública por haberme formado. Mucho de lo que soy le debo a esta institución. Tuvo y aún tiene grandes defectos, pero eso no quita su grandeza.

¡Feliz festejo de los 150 años!


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