Claudio López Calle
Era tu último año de
primaria y te preparabas para entrar en la adolescencia. El abuelo Tomás
Ezequiel consideró que ya que habías crecido y eras más útil trabajando en el
campo, y allá te envió a cuidar la propiedad y el ganado, pero debías venir
todos los días a trabajar con él. Y así, caminabas más de una hora en la mañana
y en la tarde.
Ya adolescente, en
Azogues, a donde ibas algunos sábados a vender las cosechas, pero viajabas el
viernes tarde para dormir en los cuartos que los franciscanos prestaban a la
gente, un día conociste a mi madre dentro de la iglesia "Reina de la Nube". Arrodillado rezabas a las cinco de la mañana, de pronto llegaron mis
abuelos con su hija y se arrodillaron a rezar junto a ti, de reojo miraste a la
niña de los cachetes colorados y te impactó. Muchos años después la volviste a
ver un domingo en Cañar, y desde entonces seguiste sus pasos hasta averiguar
sobre su familia y dónde vivía. Y así en tus caminatas de ida y vuelta a la
propiedad del abuelo te empezaste a desviar del camino principal para espiar a
mi madre desde el Yanahurco, la lomita arriba de la casa de mis abuelos maternos.
Por ventaja te
pudiste casar con Martina, porque mi abuela Clotilde ya había decidido con
quién debía hacerlo, así eran esos tiempos. Trabajaste duro el campo y gracias
a eso lograste tener tus propias tierras, que luego las vendiste para comprar
la casa en Cañar, pensando en educar mejor a tus hijos. De ese enigmático encuentro
nacimos cinco hijos, lamentablemente una murió a los pocos días de nacida y mi
otra hermana hace unos años. Yo fui el tercero y el primer varón.
Después de unos
años, pensando en tener días mejores para la familia, migraste a EE-UU, tenías
34 años. Un martes de carnaval de 1985, entraste de madrugada al cuarto, me
despertaste, me dijiste que te ibas y algunas otras cosas que en ese momento no
entendí, me abrazaste con fuerza y te fuiste. Debiste despedirte
también de mis hermanos y mi madre. Imagino el dolor que tenías de alejarte de
nosotros, no debió ser fácil. "Sólo voy por unos años", habías dicho, como dicen la mayoría de
migrantes, pero fue un viaje de toda la vida.
Viajaste a Guayaquil
y desde allí a Ciudad de México, luego otro vuelo más a Tijuana desde donde
cruzaste la frontera; aunque te agarraron la primera vez y te deportaron a
Tijuana, lo lograste a la segunda. A los pocos años
regresaste gracias a un permiso de trabajo conseguido de pura suerte y
terquedad, un lujo para un migrante. Luego con la residencia venías cada cierto
tiempo. En tus primeros viajes tenías dentro de tus bolsillos unos paquetes
grandes de dólares que sacabas para regalar a las visitas, sobre todo a los
niños; todos eran felices con los billetes verdes. Fuiste el hombre exitoso
que había llegado a EEUU y que tenía residencia, y a donde la mayoría queríamos
ir de grandes, al que la gente y la familia admiraba y venían a visitar como
personaje famoso, aunque con los años lo hacían cada vez menos, pues ya no eras
el único que había migrado, miles lo hicieron años después, en los noventa e
inicios de este siglo.
Pero la fama no
duró. A finales de los noventa quebramos económicamente, todos los ahorros
quedaron aniquilados, se beneficiaron algunos chulqueros y abogados ladrones,
aquellos seres que parecen normales pero que en vez de corazón tienen una
piedra. Regresamos a como habíamos empezado. Te vi llorar como niño y no
podíamos hacer nada. Nunca te recuperaste
totalmente de eso, por dentro quedó el maldito sabor del fracaso, que
con los años lograste aplacar. Creo que posiblemente por eso nunca te di
molestias, ya suficiente habías tenido.
Cuando quebramos,
para pagar las deudas vendiste todo lo que tenías menos la casita vieja. Me dijiste
que pagarías todo por cuidar la reputación de la familia, no querías que la
gente del pueblo chico e infierno grande hablase mal de la familia, y peor de
tus hijos, y así te arruinaste económicamente. Pero tu ejemplo nos quedó
marcado, bien dicen que lo que educa es el ejemplo y no las palabras.
A pesar de todo
nunca te olvidaste de nosotros, siempre nos mantuviste económicamente.
Sabiamente nunca nos diste mucho, siempre en la medida justa, más cerca de la
carencia que de la abundancia, y eso fue bueno porque hoy valoramos lo que
tenemos.
Aunque podías
llevarnos por tener papeles, luego de un intento fallido preferiste no hacerlo;
sólo te bastó el testimonio de un amigo que se arrepentía de haber llevado a
sus hijos que se descarriaron. Aunque no nos dijiste nada, optaste por no llevarnos; y posiblemente eso fue
bueno porque nos obligó a estudiar en Ecuador y a valernos por nosotros mismos.
Me gustaba tu risa,
a pesar de los problemas solías reírte. Fuiste un fantástico contador de
historias, de esas personas capaces de envolver al público, robarle su
atención; lamentablemente ninguno heredó ese don. Aún recuerdo las historias
que contabas a la familia o conocidos del cruce de la frontera, allí estábamos
embelesados pensando en el muro de México, los coyotes, la "migra" y
los gringos.
Fuiste el centro de
unión de la familia López, a pesar de ser el menor de los hermanos. Luego de la
separación con mi madre te pegaste más a tu familia, que te quiere un montón.
Allá fuiste un padre para mis primos y un abuelo para sus hijos.
Siempre pensé que te
llamabas Carlos Dositeo, todos te conocíamos así. Pero hace unos años en tu cédula sólo decía Dositeo; me comentaste que Carlos era el nombre
de pila de tu Confirmación. Aunque Dositeo no me gustaba de niño, porque nos decían
"guaguas doshos", últimamente me fue gustando cuando entendí su
significado: Dositeo viene de "Dios y Zeus", Zeus el dios griego
padre de todos los dioses y hombres. Un nombre único, imagino que los abuelos lo encontraron en el almanaque. Todos tus amigos te
decían "Dosho" o "Dosho López" de cariño.
Ventajosamente pude
convivir contigo un par de semanas a finales del 2018, nunca habíamos vivido
tanto tiempo juntos, sólo los dos. Fueron dos semanas estupendas. Aunque conocí
poco de New York porque ya habías planeado visitas a la familia, nos conocimos
mucho. Me contaste prácticamente toda tu historia de vida, hablamos hasta la
madrugada, como si nos debiéramos conversaciones. A los años me sentí como niño
pequeño, hace mucho que no sentía aquella seguridad que dan los padres. Fue
bueno para los dos. Al despedirnos te vi llorar, estabas orgulloso de lo que soy -aunque no te llego ni a las rodillas- y sentías pena de mi partida, desde entonces sabía que ese
no era un lugar para tu vejez, y pensaba cómo hacer para que regreses.
Lastimosamente,
luego de varias semanas de luchar por tu vida acabas de fallecer víctima de la
pandemia actual. Ya descansas en paz. Tu lucha contra el coronavirus y tu
muerte me agarraron en plena crisis espiritual de la mitad de mi vida. Ahora
que andaba en mis reflexiones interiores sobre mis creencias religiosas, el
dolor de tu agonía y tu muerte sólo han profundizado esa crisis. No obstante,
ver a la familia rezar, pedir a Dios que te salve, sin ni siquiera poner en
duda sus creencias, me han hecho más humano y sencillo.
¿Dónde estás ahora?
No lo sé. Quiero creer en lo que los cristianos llaman cielo. Allí donde mis
maestros, Antonio Alonso y Jesús Alonso, me explicaron convencidos, o lo que he
leído de los grandes teólogos como Leonardo Boff o la psiquiatra Kübler Ross:
un lugar precioso sin las ataduras del espacio y del tiempo, junto con todos
los que nos antecedieron; la muerte sólo sería un nuevo nacimiento. Mi cabeza
cuadrada y llena de lógica le cuesta creerlo, pero mi corazón deja abierta la
puerta como pura posibilidad; si así fuese, espero que alguna vez nos volvamos
a encontrar. Gracias por la vida que me diste que es lo más grandioso que
podemos tener, y por tu ejemplo.
De niños la única
manera de comunicarnos fueron las cartas, aunque me regañabas por mi letra,
aprendí a redactarlas. Tú también nos escribiste muchas cartas, que con el
tiempo andaban por toda la casa. Ésta, tristemente, es mi última carta, ha sido
uno de los medios que he tenido para exorcizar mi dolor, un dolor que no tiene
consuelo. He llorado mientras la escribía y corregía. He pensado mucho en si debo publicarla o no, porque una carta suele ser
muy personal, al escribir uno siempre abre el corazón y muestra algo de su vida
lo cual puede ser peligroso. Pero también quería contar algo de tu vida que la
familia pudiera leer, sobre todo mis hijos, que sepan que su "abuelo Dosho" fue una gran persona. Estés donde estés te recordaré y recordaremos siempre. ¡Descansa en paz querido papá!
Con todo mi cariño.
Tu hijo
Claudio
Ciudad de México, 30 de abril de 2020.
Fotos de Dositeo: https://www.mykeeper.com/es/momentos/DositeoLopezSiguencia/