miércoles, 15 de noviembre de 2017

El vale de Gabriel García Márquez (Gabo)









Gabriel García Márquez en su juventud, antes de ser famoso, fue vendedor de libros a plazos en la provincia de Padilla en Colombia. Alguna vez se quedó sin dinero para pagar el hotel, y firmó un vale a Víctor Cohen, dueño del establecimiento. Lo curioso es que nunca pagó la deuda.

Ventajosamente llegó a ser famoso, y alguna vez regresó al pueblo. El dueño del hotel aún conservaba el vale y lo guardaba como un tesoro. Aquella noche bailó, mostró y presumió de su papel firmado por el famoso Gabo. 

Veamos unos párrafos donde el mismo Gabo narra lo sucedido:



Lo malo fue que al final de aquel viaje de nostalgias no habían llegado todavía los libros vendidos, sin los cuales no podía cobrar mis anticipos. Me quedé sin un céntimo y el metrónomo del hotel andaba más deprisa que mis noches de fiesta. Víctor Cohen empezó a perder la poca paciencia que le quedaba por causa de los infundios de que la plata de su deuda la despilfarraba con chiflamicas de baja estofa y guarichas de mala muerte. Lo único que me devolvió el sosiego fueron los amores contrariados de El derecho de nacer, la novela radial de don Félix B. Caignet, cuyo  impacto popular revivió mis viejas ilusiones con la literatura de lágrimas. La lectura inesperada de El viejo y el mar, de Hemingway, que llegó de sorpresa en la revista Life en Español, acabó de restablecerme de mis quebrantos.


En el mismo correo llegó el cargamento de libros que debía entregar a sus dueños para cobrar mis anticipos. Todos pagaron puntuales, pero ya debía en el hotel más del doble de lo que había ganado... Entonces hablé en serio con Víctor Cohen y él aceptó un vale con un fiador. Como Escalona y su pandilla no estaban a la mano, un amigo providencial me hizo el favor sin compromisos, sólo porque le había gustado un cuento mío publicado en Crónica. Sin embargo, a la hora de la verdad no pude pagarle a nadie.


El vale se volvió histórico años después cuando Víctor Cohen lo mostraba a sus amigos y visitantes, no como un documento acusador sino como un trofeo. La última vez que lo vi tenía casi cien años y era espigado y lúcido, y con el humor intacto. En el bautizo de un hijo de mi comadre Consuelo Araujonoguera, del cual fui padrino, volví a ver el vale impagado casi cincuenta años después. Víctor Cohen se lo mostró a todo el que quiso verlo, con la gracia y la fineza de siempre. Me sorprendió la pulcritud del documento escrito por él, y la enorme voluntad de pagar que se notaba en la desfachatez de mi firma. Víctor lo celebró aquella noche bailando un paseo vallenato con una elegancia colonial como nadie lo había bailado desde los años de Francisco el Hombre. Al final, muchos amigos me agradecieron que no hubiera pagado a tiempo el vale que dio origen a aquella noche impagable.


“Vivir para contarla” de Gabriel García Márquez, Norma, Bogotá 2002


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