lunes, 1 de marzo de 2021

Miguel Ángel Miranda, mi profesor de pedagogía

 


Un día llegó a clases y nos dijo: “El hombre soltero es un animal incompleto, ¿y el casado?" Alguien repondio: "Un animal completo". Y él dijo:"No será mejor, ¡un completo animal!”. Y el primero en reírse fue él. Solía llevar sus chistes a clases, y todos nos reíamos, a veces no por el chiste, sino por su risa contagiosa.

En marzo de 2016 falleció Miguel Ángel Miranda Vintimilla, profesor de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educacion de la Universidad de Cuenca, y de alguna manera la noticia me dolió. Muchos recuerdos salieron de golpe, han sobrevivido estos meses y surgieron las ganas de escribir algo de él. Ciertamente, cuando la gente muere, uno tiende a mirar su lado positivo. Como estudiante sé algunos de sus defectos, pero prefiero hablar de los buenos recuerdos, que son los que más importan.

De sus materias relacionadas con la pedagogía, me han quedado ideas generales, los detalles han desaparecido. Lo que al final siempre queda es el ejemplo: lo que enseñamos algo educa, más educa los que somos. Las palabras seducen pero el ejemplo impacta.

Lo conocí en 1998 en la Facultad de Filosofía. Tenía un carro Chevrolet San Remo rojo y viejo que usó por muchos años. Sólo en los últimos años lo cambio por uno nuevo (Nótese que los estudiantes, ¡todo observamos!). Al parecer en su juventud había estudiado para salesiano. Al inició me pareció un profesor un tanto antiguo, por sus lentes gruesos, grandes y oscuros, tipo “culo de botella”, además porque vestía siempre con ternito y una chompita por dentro.

Mi primer buen recuerdo con él tiene que ver con una calificación. Cuando nos devolvió una prueba me felicitó por la nota frente a todo el curso, lo cual me sorprendió, y a continuacion en forma de chiste, frente a todo el grupo, dijo: “!pero no se sonroje!”. Todo el curso empezó a reírse. Yo no sabía qué hacer con mi timidez, pues cuando uno no quiere sonrojarse, más lo hace. En aquellos tiempos me sonrojaba con facilidad. Desde entonces mi curso me miró de otra manera, había salido del anonimato que siempre me gustaba.

Era común verle con el diario El Comercio. Nos decía que debemos aprender a leer las editoriales del periódico porque ahí se expresan puntos de vista sobre la vida política, económica y social del país. Como profesor sabía que los egresados y graduados tenían problemas a la hora de encontrar trabajo, y por eso un día nos leyó una editorial sobre la educación y el desarrollo de la capacidad de pensar, y nos dijo finalmente: “posiblemente la mayoría de ustedes no van a trabajar en el área que están estudiando, sin embargo, siempre utilicen la cabeza; aunque sea criando cerdos, utilicen la cabeza”. Ese consejo siempre lo recordé, sobre todo luego que salí de la universidad y anduve peloteado en el mundo del desempleo.

También solía verlo con su revista de la National Geographic. Un día nos comentó sobre un reportaje de una ciudad patrimonio en algún lugar del mundo, y nos aseguró que Cuenca iba a ser patrimonio cultural de la humanidad; si aquella ciudad del reportaje era patrimonio, Cuenca tenía más razones para serlo. Efectivamente en 1999 se declaró a Cuenca como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Las revistas que leía estaban en inglés, el cual había desarrollado en sus estudios en otro país.

Hablándonos sobre la corriente de la escuela nueva en educación, en una de sus clases nos leyó la introducción de Summerhill, de Alexander Neill, un libro que cuenta la vida de una de las escuelas alternativas más famosas del mundo, fundada en Inglaterra en 1921. Aquellas ideas de libertad en la educación, de elegir si jugar o entrar a clases, de incluso nadar desnudo en la piscina de la escuela, me impresionaron. Luego encontré el texto una librería de Bogotá y las ideas de Summerhill me marcaron en aquella época. Luego de algunos años, en la sustentación de mi tesis de licenciatura, mientras tomábamos un vino, le conté que leí el libro de Summerhill y que aquellas ideas me fascinaron, y me contestó: "Las ideas son interesantes, pero difíciles de aplicar en nuestras sociedades". No me gustó la respuesta. Actualmente, también yo reconozco que las ideas de Summerhill son fantásticas, pero muy difíciles de replicar en nuestros contextos.
 
Otro buen recuerdo. Había terminado la universidad y un día por curiosidad leí las copias de un amigo que estudiaba en la facultad, y descubrí algo familiar en el escrito; sentí como que conocía esa redacción, hasta que descubrí que era uno de los capítulos de mi tesis de licenciatura. Había entregado a sus estudiantes el capítulo sobre la educación personalizada que trabajé en la tesis. Les había dicho que es un buen trabajo de uno de sus tesistas. Fue una alegría inmensa. Aquel amigo no podía creer que el capítulo lo había escrito yo. Entender eso fue un fuerte impulso en la confianza de uno mismo. Me sentí importante.

Le gustaba pasear en la facultad con su buen amigo, Walter Auquilla, que falleció antes que él. Se buscaban al inicio de la jornada o en los recesos. Iban y venían por los largos pasillos de la facultad "dándole a la lengua". Hoy sé que es importante tener buenos amigos dentro de la universidad, amigos con los que uno pueda hablar del mundo académico y la vida, donde puedamos mostrarnos como somos, de lo contrario podemos sentirnos solos en esta selva académica cada vez más competitiva y llena de egos.

También fue parte del tribunal en mi primer concurso para ingresar a la universidad, que además perdí (fue bueno perder porque genera humildad). Una de las preguntas que me hizo y que no pude contestar tenía que ver con algo relacionado con Ignacio Martín Baró, el psicólogo social radicado en San Salvador, que yo en ese entonces ni conocía, en mi formación nadié me había hablado de él. Luego de unas semanas nos encontramos y me dijo: "No se preocupe por haber perdido en el concurso, así es esto, usted todavía está jóven, ya tendrá otras oportunidades". Y así fue.

La profesión docente es una de las más hermosa, pero también, una de las más ingratas. No es reconocida socialmente. Actualmente el docente es perseguido por todos lados y su actividad está en continua duda. Con frecuencia muchos estudiantes no valoran la entrega que realizan los buenos docentes. Con este escrito he querido agradecer a uno de los tantos profesores que me han impacto a lo largo de mi vida e intentar no ser ingrato.

Estimado “doctor Migicho”, esté donde esté, reciba un gran abrazo de uno de sus estudiantes que ha querido dedicarle unas palabras y contar las buenas cosas que recuerda de usted.

6 comentarios:

  1. Estimado Tocayo,como siempre muy bueno y agradable tu nuevo pretexto para escribir ��
    Bien redactado y sobretodo le pones algo que siempre te indentifica,y que siempre te identificó;le pones CORAZÓN.
    Estoy seguro que seguirás sorprendiendote como aquella anécdota de leer un capítulo de tu tesis. Es solo el principio,tu eres un buen Profesional ,pero ante todo eres un gran ser humano.
    Un Abrazo ��

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    1. Estimado amigo,muchas gracias por el comentario. Espero estés bien. Un abrazo

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  2. Me quedo anonadada. Conocí de su existencia por un ambiente familiar, por parte de mi familia paterna. En casa se habla mucho de él y, sin duda, fue un referente particularmente para mi papá, mi hermana y para mí. Con su ejemplo, nos inculcaron el gusto a la lectura, "Lee para que seas como el Miguelito", a lo que él respondía, "Lee para que no te deprimas". Su escrito unió a mi familia.
    Gracias, Claudito.

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    1. Estimada Dani:
      Gracias por su comentario. No sabía que tenían relación con Miguelito, me alegra que el escrito haya unido a la familia. Me gustó la frase: "Lee para que no te deprimas".
      Un abrazo

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