viernes, 15 de marzo de 2024

15 años en la Universidad de Cuenca

La Facultad de Psicología de la Universidad de Cuenca se fundó en noviembre de 2008. Ingresé a ella unos meses más tarde, los primeros días de marzo de 2009, reclutado por Antonio Espinoza que en ese entonces estaba al frente y batallaba con los inicios de la nueva dependencia. Agradezco aquella invitación. Entrar en la universidad fue un gran hito en mi vida. Ingresé con gran entusiasmo que cubría totalmente mi falta de experiencia, hoy tengo mucha experiencia que cubre a veces mi falta de entusiasmo que espero nunca desaparezca.

He tenido varias promociones de estudiantes, los suelo encontrar y el saludo típico es: "¡Profe!" De la mayoría recuerdo sus rostros, pero no sus nombres (salvo de mis primeros estudiantes posiblemente porque fueron los primeros). También hay de los que se hacen los desentendidos, posiblemente porque no llegué a todos o repitieron curso.

 

Aunque ha ido disminuyendo con los años, los primeros días de clases todavía suelo tener miedo de pararme al frente, sobre todo si son grupos nuevos. Aún me asusta ver tantos ojos analizándome, porque eso es lo que uno hace como estudiante: escanear todo. Me gusta enfrentar y domar mi pánico escénico.

 

Soy muy exigente conmigo mismo, a veces un tirano, pero, curiosamente, nunca he podido ser un tirano con mis estudiantes. He intentado, pero no he podido. Soy el que soy, y como decía Cantinflas: "cada maestrillo tiene su metodillo".

 

Trabajé con niños y adolescentes desde mis veinte años, hoy la veo como un tiempo de ensayo para la universidad. Aunque ganaba muy poco es de las épocas más bonitas de mi vida. En aquella época me gustaba dar clases con tiza. Hoy los marcadores la han reemplazado; me gusta garabatear en las pizarras (método aprendido de mis maestros). Los marcadores son una extensión mía. Difícilmente podría dar clases sólo hablando. En una universidad extranjera alguna vez vi que la pizarra cubría todo el ancho de la pared del frente y de la pared lateral. Sólo imaginaba lo bonito que sería dar clases allí, llenar todas las pizarras, ¡sueños locos de docente!

 

Uso también tecnología. Solía estar al tanto de todo, pero veo que cambia constantemente, corre más rápido que mis actualizaciones, presiento que no podré mantener el ritmo, quedaré obsoleto. Sólo espero que la tecnología no me reemplace.

 

La docencia me ayuda y me gusta porque no es un trabajo monótono (salvo calificar trabajos y  exámenes). Cada curso es único y cada día de clases también. Para mí es un remanso en medio de la locura de la vida. Aprendo de ellos, me ponen al tanto de las bondades y los problemas de su generación. Sin los estudiantes la docencia no tiene sentido. Como profesor sé de mis bondades y también de mis taras, pues no soy perfecto. He cometido muchos errores, los cuales me han ayudado a crecer.

 

Extraño aquellos primeros años de la Facultad, había un espíritu de compañerismo y camaradería; hoy la veo un tanto dividida. Debo aprender a aceptar las etapas de mi institución. A pesar de todo soy afortunado del trabajo que tengo. Mirando en retrospectiva, han sido unos buenos 15 años pues he crecido como profesor, investigador y persona.  Por otros ¡15 años más!

Entrada destacada

Antonio Alonso Martínez, mi maestro.

Educar con el ejemplo no es una manera de educar, es la única. ¿Cómo ve la muerte ahora que está más cerca de ella? F...